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Del amor al prójimo de la Iglesia

La Iglesia católica publicará en breve la prohibición explícita para que los homosexuales accedan al sacerdocio a no ser que hayan rechazado durante al menos tres años su inclinaciones sexuales. Así mismo les estará prohibida la participación en seminarios y actividades eclesiásticas. Después de esto, y de las últimas manifestaciones que han surgido tanto desde el Vaticano como desde la Conferencia Episcopal española, sólo me queda decir una cosa: me da asco la Iglesia.

Creo que si alguna vez hubo un espíritu que hiciera del cristianismo una de las religiones con más seguidores del mundo, ese espíritu se encuentra perdido en el pozo de los siglos bajo años y años de perfidia, manipulación, sed de poder y conservacionismo. Si hay algo que recuerdo de mis clases de religión es que, aparte de los mandamientos entregados a Moisés, Jesús pidió a sus discípulos una cosa: que amaran al prójimo como a sí mismos, que se amaran los unos a los otros como él los había amado.

¿Acaso los homosexuales no son dignos de ser amados como cualquier otra persona? ¿Tiene derecho la Iglesia a dictar quienes pueden creer en Dios o quienes pueden tener derecho a subir al cielo? ¿Por qué la Iglesia se empeña en segregar y marginar a personas basándose en razones peregrinas y obsoletas como su inclinación sexual? ¿Es que los homosexuales no son nuestros prójimos, no sienten, piensan, aman como nosotros?

Si alguna vez existió esa persona que llaman Jesucristo, que se relacionó con prostitutas y pecadores dando a todos la misma oportunidad de arrepentirse y redimirse, quiero pensar que no estaría de acuerdo con lo que los hombres han hecho con su mensaje. Al fin y al cabo, en los días que corren todos somos pecadores en mayor o menor medida, pero me parece triste que haya personas que se crean con derecho a segregar a otras basándose en un supuesto pecado, cuando posiblemente ellas sean las mayores pecadoras al creerse en posesión de la verdad absoluta por inspiración divina.