He tenido un poco descuidado el blog el último año, y una de las razones ha sido la llegada de una nueva persona a mi vida: Èric. Ahora tiene 7 meses, así que después de un tiempo parece que las cosas vuelven poco a poco a su lugar.
Aparte de esto, es curiosa la sensación de ir con un bebé por la calle: la gente se suele acercar a mirarlo, y sonríen espontáneamente; se dirigen al bebé y le hablan, como si lo conocieran de toda la vida, y como si su presencia bastara para alegrarles durante un buen rato durante el día; luego te preguntan, como si fueras un amigo al que hacen tiempo que no ven, y te dicen que está guapo, que es muy grande, que tiene unos ojos preciosos…
Por otro lado, tu bebé mira a todo el mundo y a todas las cosas con curiosidad; de repente aparecen unos niños jugando y los mira como si no hubiera visto nunca uno, y comienza a gritar de alegría, intentando llamar su atención; si alguno se acerca alarga su mano y lo toca, y ríe y juega con él; si alguien lo sonríe lo mira a los ojos, sostiene su mirada y le devuelve la sonrisa.
Cuando veo todo esto a veces me pregunto: ¿en qué momento perdimos la capacidad para hacer esto con las personas que no son niños? ¿Por qué estamos dispuestos a regalar una sonrisa a un niño, a tocarlo, a abrazarlo, y sin embargo muchas veces dedicamos la peor de nuestras caras, de nuestro humor o de nuestros gritos a los no niños? Quizás el mundo fuera diferente si no hiciéramos diferencias entre los niños y los no niños, quien sabe…