Este fin de semana he estado en el zoo (de Barcelona) con mi mujer, mi suegra y mi hijo. Aparte de los sentimientos encontrados que puedan despertar el ver la reacción de mi hijo de 16 meses ante los animales y el hecho de que dichos animales vivan en cautividad, la visita me sirvió para corroborar cuál de los animales que hay en el zoo me causa más asco: el hombre.
A pesar de que el zoo está lleno de carteles prohibiendo dar de comer a los animales puedes ver continuamente a gente que hace oídos sordos a la prohibición. Entiendo que si la prohibición existe es por el bien de los animales, pero a pesar de eso la gente no muestra ningún respeto ni por las normas establecidas ni por los animales, que seguramente ya tienen bastante con vivir en un espacio reducido fuera de su hábitat natural.
El colmo es el terrario. Al parecer la gente debe pensar que tirar una moneda al estanque de los cocodrilos debe dar una suerte inmensa, porque el último cocodrilo que te encuentras en el recorrido del terrario está rodeado de monedas, a pesar de haber una prohibición expresa en contra de esta maravillosa costumbre.
Lo mejor de todo esto es que algún día la naturaleza se tirará un pedo (con perdón) y nos volverá a poner en el lugar que toca, devolviéndonos un poquito de la humildad que parece que hemos olvidado en nuestro camino hacia la cúspide de la cadena trófica.