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Los urbanitas y el algarrobo

Esta mañana he cazado al vuelo fragmentos de inconsciente ignorancia:

  • Uy, sí que huele raro.
  • Sí, ya te lo dije, como rancio…
  • Debe ser la humedad.

La conversación flotaba distraída dejando atrás un pequeño algarrobo, rodeado de un olor intenso, dulzón y quizás sí, algo rancio. Los urbanitas no sabían que de pequeño yo había pasado largos ratos bajo un inmenso algarrobo que dejaba caer sus ramas hasta besar el suelo a modo de cúpula protectora. Las algarrobas esparcidas por el suelo desprendían aquel olor, envolvente e inconfundible, que ahora evocaba en mí recuerdos de juegos infantiles, risas, agua y sol. Por un momento desprecié la ignorancia de los urbanitas. Luego los urbanitas se esfumaron, el aroma quedó atrás, y tuve que volver a zambullirme en la oscura rutina.