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¿Por qué me estoy volviendo independentista catalán?

Esta mañana en un twit he dicho que mientras más tiempo pasaba en Catalunya más independentista catalán me sentía. Y eso que soy andaluz, de familia andaluza, nacido en Málaga, y encima del Madrid. A pesar de que mi mujer, catalana, no cree en la independencia. A pesar de que creo que en este mundo globalizado y en crisis hemos de unir fuerzas más que nunca y darnos cuenta de que todos vivimos en el mismo planeta. Entonces, ¿por qué me siento cada vez más independentista catalán?

No voy a entrar a discutir acerca del tercio de población que depende de la administración, entre parados, jubilados y funcionarios, en algunas comunidades autónomas. Tampoco voy a entrar a discutir si hay o no déficit en la balanza fiscal de Catalunya que ayuda a pagar a esas personas, y donde está el límite entre solidaridad y expoliación. No voy a comparar el número de normas que defienden el uso del castellano contra las que defienden el del catalán. Ni quiero discutir sobre si el sistema de comunicaciones radial, incluyendo aeropuertos, implantado en España y único en Europa, perjudica a los intereses de Catalunya. Y por supuesto, no quiero hablar de los estatutos de varias autonomías, con artículos calcados a los catalanes, pero que no han pasado por las tijeras del Constitucional. No, no quiero hablar de todo eso.

Sólo quiero recordar una cosa: la definición de democracia, el sistema de gobierno por el que la mayoría de un pueblo decide su futuro. Porque aquí en Catalunya lo que pasó fue eso, que un pueblo, en ejercicio de sus derechos democráticos, decidió que quería regir su futuro por un nuevo Estatut. Y el Constitucional decidió que en la democracia española el deseo del pueblo catalán no era compatible con el deseo de la mayoría de españoles, plasmado en la Constitución. Pero llegados a este punto tenemos dos opciones: ponernos de acuerdo entre todos para modificar la Constitución, y que el deseo del pueblo catalán tenga cabida dentro de España, o imponer la Constitución como un marco rígido e inamovible, ninguneando el poder soberano de un pueblo dentro de un sistema supuestamente democrático.

Porque lo que ha pasado ha sido eso, que la voluntad del pueblo catalán se ha ignorado; que la democracia, el poder del pueblo para decidir su futuro, se ha negado; que la mayoría española le ha dicho claramente a la minoría catalana que su opinión, su deseo de decidir su propio futuro dentro de España no vale nada; que han de plegarse a la voluntad de la mayoría y acatar sin rechistar las decisiones derivadas de una Constitución nacida tras la represión de una dictadura y que quizás, sólo quizás, no sea capaz de reflejar la realidad de una España plural, multicultural y descentralizada.

Y cuando una democracia no es capaz de respetar los derechos de una minoría, la democracia muere. Y cuando la democracia muere y aplasta los deseos de la minoría, expresados en referéndum democrático, sólo queda un camino. La independencia.