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La vacua perfección de la existencia

Recuerdo que una vez, mientras me preguntaba por lo que era y de donde venía, estaba viendo un documental de la 2. Sí, uno de esos en los que salen animales, creo que en aquella ocasión era uno de pájaros. Entonces apareció mi madre, creyente católica, y viendo lo que yo miraba, comenzó a defender su religión. Según ella algo tan perfecto no podía haber sido fruto de la casualidad, sino que debía haber sido creado por un ser superior, un ser que hubiera diseñado al detalle cada una de las criaturas que poblaban la tierra, ya que era imposible concebir algo tan extremadamente complejo, tan perfectamente adaptado sin que estuviera diseñado de forma inteligente. En resumen, la vida existía porque era perfecta, y esa perfección derivaba de la maestría creadora del hacedor. Esta percepción es interesante, ya que de forma intrínseca establece una causa, y por lo tanto, un sentido de la vida. Es decir, si la vida tiene una causa, esa causa imbuye un sentido en la vida, ya que la vida ha sido creada con un propósito. Ese propósito, en definitiva, derivaría de la intención del creador al dar a luz todas sus creaciones. Por lo tanto, la teoría del diseño inteligente facilita enormemente encontrar respuesta a una de las preguntas más difíciles de responder: ¿cuál es el sentido de nuestra vida?

Pero, ¿y si no creo en Dios? Desgraciadamente en aquellos momentos era agnóstico, y con el paso de los años mi agnosticismo ha derivado en un ateísmo racionalista. Así que, si no tengo el apoyo del diseño inteligente, ¿puedo igualmente encontrar un sentido a la vida? Es decir, ¿tiene la vida sentido sin tener que recurrir a una causa o ente superior que la dote de tal?

Para intentar responder a la pregunta, retrocedí al inicio del problema. ¿Por qué existe la vida? Es decir, ¿hay un origen de la vida? ¿Una causa que dé lugar a la vida? Tras pensar un buen rato me dí cuenta de que no existe causa o razón para la existencia de la vida. La vida, por definición, existe y se perpetúa. Es decir, supongamos que por azar viene a la existencia algo que no puede considerarse vida porque no se perpetúa; o aun perpetuándose no es capaz de adaptarse a los cambios que se producen en su entorno para poder seguir reprodiciéndose. Su incapacidad para perpetuarse de forma adaptable marcará su destino final: la desaparición. Sin embargo supongamos que por azar se produce algo que sea capaz de perpetuarse y reproducirse de algún modo, y que ese mecanismo de reproducción sea lo suficientemente flexible como para adaptarse a cambios en el entorno. Por su propia naturaleza ese algo perdurará durante tanto tiempo como sea capaz de adaptarse al medio para seguir reproduciéndose. Por lo tanto la vida perdura por definición, sin necesidad de causa alguna para su inicio más que el puro azar.

¿Pero y la perfección? ¿Cómo definimos lo que es perfecto en este sentido? Para la mente católica y dogmática de mi madre la perfección consistía en la complejidad de los organismos vivientes, en la aparente funcionalidad específica de cada uno de los elementos que componen uno de esos organismos. Hay que reconocer que esa percepción deriva de nuestra forma de comunicarnos a la hora de hablar de dichos organismos. Por ejemplo, decimos que el pájaro tiene alas para poder volar, o que el corazón bombea sangre para que el oxígeno llegue a todo el organismo. Detrás de esas frases tenemos una causalidad implícita, un idea de diseño inteligente en el que cada elemento desempeña una labor altamente especializada para la que fue creado. Pero, ¿y si damos la vuelta a esas frases? Entonces diríamos que el pájaro puede volar porque tiene alas o que el oxígeno llega a todo el organismo porque el corazón bombea la sangre. Detrás del cambio de enunciado hay una diferencia sutil, casi imperceptible, pero que deja de lado la causalidad y la idea de diseño inteligente.

Porque, ¿de dónde salen esos elementos especializados que parecen haber sido diseñados para un propósito específico? Según la teoría del evolucionismo, la vida ha ido mutando, cambiando, y adaptándose al entorno. Y esos cambios han sido los que han ido produciendo seres vivos cada vez más complejos. Por lo tanto, lo que ha dado lugar a la complejidad de los seres vivos ha sido el mecanismo de selección natural, que ha ido produciendo organismos cada vez más complejos. La mente humana, acostumbrada a medir el tiempo en años, es incapaz de aprehender la capacidad de la naturaleza para la creación de estos seres en un proceso lento y extremadamente paciente que ha abarcado miles de millones de años. Por esto tendemos a buscar causalidad y diseño donde no existe otra cosa que azar y adaptación a través de mutación y selección.

Por lo tanto, la vida no existe porque es perfecta; la vida es perfecta porque existe, entendiendo la perfección como la adaptación al entorno en el que se encuentra ubicada, y que es el resultado de su propia existencia y de los mecanismos de mutación y selección asociados a dicha existencia. Si entendemos la perfección en este sentido, sencillamante si algo no fuera perfecto no existiría.

Este sencillo cambio de enunciado, tan inocente, deja a la perfección de la existencia y a la existencia misma vacía de todo sentido, ya que no hay una causa última tras la existencia, sino un cúmulo de azares que derivan en dicha existencia y en la perfección asociada a ella. Y esta vacua perfección de la existencia nos deja al borde del abismo existencial, ya que deja a la vida sin un sentido último, sin un propósito: toda la vida, nuestra propia vida, es fruto del azar. No hay una razón por la que existamos, simplemente existimos. En definitiva, nuestra vida no tiene sentido.