Quería volver a poner en marcha mi blog. Mis artículos habían estado dando vueltas por Blogger, Posterous, Tumblr… y quería volver a tener el control para poder volver a publicar mis pensamientos. Creo que ya lo tengo todo, o al menos lo más importante, porque hay algunos artículos apenas sin contenido que se quedarán en cajas olvidadas, de esas que dejas cerradas en un rincón tras la mudanza, y que acabas tirando sin abrir cuando tras meses o años te das cuenta de que ni necesitas ni te acuerdas de lo que había dentro.
Cuando he acabado me he dado cuenta de que llevaba más de ocho años sin publicar nada. No es que haya estado todo ese tiempo sin escribir, al contrario. Pero no había publicado nada en todo ese tiempo. Durante todo ese tiempo había desaparecido, me había difuminado como una mala fotografía quemada por el sol, me había deshecho como si fuera un dibujo de tiza garabateado sobre el asfalto y abandonado a su suerte bajo la lluvia de otoño. Puede parecer que esta afirmación es muy dramática, pero volviendo la vista atrás es como me siento.
El inicio de la sequía coincide con el nacimiento de mi segundo hijo, Àlex, que vino al mundo en febrero de 2012. Un nacimiento traumático, porque tras un par de días en casa tuvimos que volver al hospital para que intubaran a nuestro hijo, que no tenía la energía suficiente para despertarse y comer. Aun ahora cuando lo recuerdo me vienen lágrimas a los ojos, al rememorar las noches en el hospital, la angustia, la incertidumbre. En aquel momento aún no lo sabía, pero ahora visto desde la perspectiva creo que su nacimiento fue el pistoletazo de salida que desencadenó todo lo que pasó después.
A través de los años había ido pasando por varias crisis, hasta que llegó la peor de todas. A finales de 2016 la depresión me golpeó con toda su fuerza desalmada, y me dejó postrado y casi derrotado. Cuando pienso en mi yo anterior a veces no me reconozco, me siento totalmente diferente, otra persona, que aunque buscaba lo mismo que yo estaba increíblemente perdida aunque vislumbrara parte del camino ante sí. Otras veces me siento familiar, cercano, y me entiendo. Quizás porque los mecanismos que me llevaron a caer se habían ido gestando a lo largo de innumerables años, anidando y enquistándose en mi interior, y aún no he podido erradicar su memoria del todo. La cuestión es que me desarmé, las piezas cayeron al suelo en un estrépito sobrecogedor y durante un buen rato me quedé mirándolas sin saber qué hacer. Pero sabía qué hacer. Reconstruirme. Recoger todas las piezas y volver a ensamblarlas después de haberlas estudiado, haberlas diseccionado y haber entendido qué era lo que fallaba. Evidentemente lo que fallaba era yo. Así que después de volver a ser completo, pero diferente, entendí que tras la reconstrucción el único camino posible era el divorcio. Hablamos de principios del 2017.
Ahora, tres años después de decidir que mejor solo que con la compañía inadecuada, y tras pasar por un traumático proceso de divorcio, espero poder romper la sequía definitivamente, a pesar de que la situación actual tampoco sea demasiado halagüeña. Ahora mismo me encuentro en el paro, después de que mi anterior empresa, Rakuten TV, decidiera despedirme disciplinariamente en mitad de la crisis del coronavirus utilizando una excusa irrisoria para intentar ahorrarse o retrasar al máximo posble el pago de la indemnización. Y gracias a una sentencia de divorcio demencial estoy obligado a tener un trabajo en el que cobre al menos 3.000€ al mes, mientras me ocupo de mis hijos siete de cada diez tardes laborables a partir de las tres y media de la tarde.
El futuro pinta negro. Así que supongo que es hora de pintarlo de nuevo de rojo con la sangre derramada a través de mi pluma, vomitando mi alma en el papel a través de su arcano e indescifrable conducto.