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Enseñar a ser feliz

Llevamos algún tiempo en que parece que todo o casi todo nos sale al revés. Y digo al revés, y no mal, porque cuando pienso en estas cosas me gusta recordar esa historia del granjero chino al que le van pasando cosas, que en un principio pueden parecer buenas o malas, pero cuyas consecuencias hacen que lo que a priori podía parecer un golpe de suerte derive en algo perjudicial, o viceversa.

Una de esas cosas que no para de salirnos al revés es la inscripción escolar de nuestro hijo. Queríamos que entrara en un determinado colegio, porque todo el mundo nos lo había recomendado, pero a pesar de intentar con empeño todo a nuestro alcance para conseguirlo parece que no hacemos más que ir en la dirección contraria.

Hoy me he parado a pensar un poco sobre el tema. ¿Y qué si nuestro hijo no va a ese colegio? Parece que la calidad de la educación que recibirá será peor, ¿qué puedo hacer para solucionarlo? ¿Puedo involucrarme en el AMPA y en su trabajo diario para conseguir que llegue a la universidad con una formación adecuada? Por un momento mi línea de razonamiento siguió por este camino, pero luego me pregunté por algo más importante, por la razón final de mi determinación: ¿por qué estoy tan empeñado en darle una buena educación a mi hijo? La respuesta me pareció obvia: por lo mismo por lo que le doy todo lo demás, porque creo que contribuirá a hacerle feliz, porque quiero que sea feliz.

Pero si en realidad lo que quiero es que sea feliz, ¿una buena educación ayudará? La cruda verdad es que no tengo ni la más mínima idea. Pensamos que una buena formación lo ayudará a encontrar un buen trabajo, a ganar dinero y que eso le proporcionará felicidad, pero la verdad es que está demostrado que una vez superado el umbral de supervivencia la felicidad tiene poco que ver con el dinero. Además, y esto es aplicable a cualquier aspecto de nuestra vida, no tenemos ni idea de las consecuencias que provocarán nuestros actos, y recordando el caso del granjero chino, algo que hacemos con la mejor de las intenciones puede tener consecuencias nefastas.

Por otro lado, mi experiencia y el hecho de comprobar el acierto de refranes como “No es más feliz el que más tiene sino el que menos necesita”, o “Ten cuidado con lo que deseas porque puede hacerse realidad” (éste es especialmente inquietante) me hacen pensar cada vez más que la clave de la felicidad no está en el exterior, en las cosas que podemos poseer o conseguir, sino en el interior, en nuestra capacidad para aprovechar lo que tenemos y aceptar las cosas que nos pasan no como buenas o malas, sino como retos que superar.

Así que una vez llegados a este punto tengo claro una cosa: no quiero darle una buena educación a mi hijo. No quiero darle juguetes, o alimentarlo bien. Ni siquiera quiero vestirlo. Lo que realmente quiero y tengo que hacer es enseñarle a ser feliz.

El problema precisamente es que ahora tengo claro lo que quiero hacer. El objetivo se presenta ante mí obvio, diáfano, pero ¿cuál es el camino? Nadie me enseñó a mí a ser feliz, es más, creo que nadie en realidad se plantea de forma explícita enseñar a sus hijos a ser felices. Así que ahora me siento perdido y confuso. Es fácil recorrer un mal camino, si lo conoces palmo a palmo, porque todos los que tienes a tu alrededor lo recorren, porque es el camino que te han enseñado a recorrer; pero ¿cómo recorrer el camino bueno, si vas a ciegas y no sabes si el próximo paso te precipitará al vacío porque eres el primero que lo recorre? Así que aquí estoy, plantado en la oscuridad ante un camino incierto y difuso, preguntándome cuál debería ser el primero paso…

¿Alguna sugerencia sobre como enseñar a mi hijo a ser feliz?